11. Pero por lo que toca a Nanahuatzin, sus ramas de abeto se redujeron a cañas verdes, cañas tiernas, en manojos, gavillas, diversas atadas, todas ellas nueve, y sus bolas de grama, solo (eran) hoja seca de pino, y sus espinas no (eran) sino verdaderas espinas de agave y lo que se sangraba bien (era) en verdad su sangre, y su incienso, no más que la raedura de sus llagas de que estaba doliente.
12. A cada uno de estos se le hizo su monte, en donde estuvieron haciendo penitencia cuatro noches (dicen, por cierto, ahora a estos montes, “pirámides”: la pirámide del sol y la pirámide de la luna). Y cuando acabó el (término) de cuatro noches, de hacer penitencia, luego echaron por el suelo, arrojaron sus ramas de abeto y todo aquello con que habían hecho penitencia. Esto se hizo en el término de levantar la penitencia, cuando ya anochece para ponerse a su oficio, para hacerse dioses.
13. Y cuando llega la media noche luego pues les reparten, les atavían, les engalanan: a Tecuciztecatl le dieron su morrión de plumas de garza, cónico, y su chaleco; pero a Nanahuatl sólo papel: aquello con que liaron su cabeza se llama su cabellera de papel, y su tiara de papel y su braguero de papel.
14. Y así pues, cuando hubo llegado la media noche, todos los dioses se pusieron a rodear el fogón, el llamado "roca divina", en el cual por cuatro días había ardido el fuego, de uno y otro lado se pusieron en fila, y en medio colocaron, hicieron poner de pie a los dos llamados Tecuciztecatl y Nanahuatzin; los pusieron vuelta la cara, parados con la cara hacia el fogón.
15. Al punto pues mandan los dioses, dijeron a Tecuciztecatl: —Ea pues, Tecuciztecatl, échate, arrójate al fuego.
16. Al punto va a arrojarse al fuego. Pero, cuando a él llegó el ardor, que (era) insoportable, insufrible, intolerable, como que mucho había estado ardiendo el fogón, se había hecho un fuego abrasador, se había hecho un gran montón de brasas, no hizo más que sentir miedo a su vista, pararse a medio camino, retroceder y volver atrás. Una vez más fue a intentar arrojarse, poniendo todas sus fuerzas, para lanzarse con ímpetu, para dar consigo en el fuego.
17. Sin embargo, no pudo atreverse: no bien alcanzó a llegar a él el ardor, no pudo más que retroceder, echarse a huir: no era para sufrirlo. Hasta cuatro veces hizo otro tanto y no sufrió, sino que no pudo echarse al fuego. Sólo que allí era el mandato de cuatro veces. Y por tanto, había intentado cuatro veces: luego por esto gritan a Nanahuatzin y le dijeron los dioses: —Aun tú, aún para bien tú, Nanahuatzin, ¡ea pues!
18. Ahora bien, Nanahuatzin de una vez fue a atreverse, se hizo violencia, esforzó su corazón, cerró los ojos por no tener miedo; por nada se amedrentó, no se paró en la carrera, no retrocedió, sino que al punto se dejó caer, se fue a arrojar al fuego de una vez: al punto, pues, ya arde, chisporrotea y chilla (en el fuego) su carne.
19. Pues así que vio Tecuciztecatl que ya ardía, al momento también él se arrojó en él, con lo cual al punto ardía.
20. Y según dicen, dizque también entró el Águila, los siguió ella, por cuya causa su plumaje es oscuro y requemado.
continua...Parte 3
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